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El poder de las historias

Tiempo de lectura: 3 minutos

«Cuidaos de los libros, solo cuentan la mitad de la historia»

Mark Twain

Quienes trabajamos en el campo de la mediación cultural sabemos que cuando decimos que las palabras tienen poder no estamos haciendo un ejercicio de retórica. Al tejerse para crear narraciones, la fuerza de las palabras puede darle forma al mundo. Cuando leemos o proponemos lecturas para otros, debemos tener presente que nuestra realidad es fruto de un tamiz de historias.

Una historia es un instrumento poderoso, sirve como marco de referencia para encuadrar y dar sentido a nuestra experiencia del mundo; por eso quien narra se encuentra en una posición privilegiada, tiene la potestad no solo de darnos un conjunto de datos, sino de transmitirnos una idea sobre la realidad que quizá influya sobre nuestras concepciones y expectativas.

Jerome Bruner es uno de los autores que han abordado esta cuestión, y ha reflexionado sobre el poder de las historias, incluso las de ficción, para construir la realidad y más aún, desde su perspectiva, el «Yo» es sobre todo un producto narrativo. Desde su punto de vista, el mecanismo que sostiene lo cotidiano, lo predecible, funciona también para introducir lo inesperado, pues como cualquiera sabe, para que haya una historia debe ocurrir algo inusual que la ponga en movimiento. Por eso la gran literatura es más útil para encontrar problemas que para plantear soluciones (Bruner, 2013).

Veamos un ejemplo, según Martin Puchner (2019), la razón por la cual Alejandro Magno se lanzó en su conquista del imperio persa tiene sobre todo que ver con su interés por emular la Ilíada, el libro que tuvo siempre bajo su almohada. Esa historia había dado forma a sus acciones y, de paso, a un momento de singular importancia en la historia antigua.

Atrapados en la historia

Muchas veces las personas quedan atrapadas en las narraciones, como bien lo retrata Chimamanda Ngozi Adichie en una charla que puede encontrarse fácilmente en internet. Esa historia, que aprendimos de los otros, nos hace creer que toda la inmensa diversidad del mundo se reduce a una lógica simple e infalible, y por eso mismo parcial e ilusoria. Porque un indicio claro de la falsedad de una explicación es que no deje cabos sueltos, que ofrezca la certeza de que todo está en su lugar; la realidad nunca es así.

Por esa misma razón es necesario darse la oportunidad de conocer muchas historias, de reconocer sus poderes, de identificar la forma en que funcionan, para evitar caer ingenuamente en el hechizo de la narración simple, el abono del prejuicio. Cuando cumplimos el rol de mediadores -con nuestros estudiantes, hijos, usuarios de biblioteca, etc.- debemos huir de la caricatura moralizante de los textos. Por el contrario, lo que se espera es que podamos ayudar a pensar en ellos, a encontrar sus grietas, a poner en evidencia sus mecanismos.

Hablar sobre la razón por la cual en las historias de princesas el padre de la chica tiene la potestad de entregársela al cazador para cumplir un compromiso, quizá nos ayude a revisar los discursos patriarcales que circulan naturalizados, y que se presentan como inocentes. Como en ese brillante cuento de Mark Twain titulado Sobre la literatura de la generosidad, los libros solo cuentan la mitad de la historia, y por tanto debemos estar atentos a seguir buscando en otros aquellos elementos omitidos, para hacernos una imagen más rica, más compleja y más ajustada al mundo real.

Referencias

Bruner, J. (2013). La fábrica de historias. Fondo de Cultura Económica.

Puchner, M. (2019). El poder de las historias (5th ed.). Editorial Crítica.

Twain, M. (1967). Sobre la literatura de la generosidad. En M. T.  El hombre que corrompió a una ciudadEspasa-Calpe.

 

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