Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Jhon Donne – Las campanas doblan por ti
No tengo duda de que las actividades de mediación que se desarrollan en colegios, bibliotecas, prensa y otros escenarios tienen carácter político. Gracias a ellas podemos discutir el tipo de sociedad y de futuro que queremos, así como descubrir al otro y sus intereses. Esas discusiones nos recuerdan que la vida en sociedad exige el esfuerzo constante por encontrar puntos de acuerdo entre la diversidad, por no perder el horizonte ético y humano que puede orientarnos en la construcción de un futuro mejor.
Mientras escribo esta nota crece el número de ciudadanos heridos o muertos cuando se manifestaban en las calles. Ellos exigían ser escuchados, que su opinión se tuviera en cuenta, pero pudo más el odio cebado por la sordera. Porque lo que se expresa en las calles y en los espacios de discusión pública necesita la atención no solo del gobierno, sino también de nosotros como ciudadanos. Esta es una conversación de la que todos deberíamos participar porque tiene que ver con darle forma al futuro, con definir el país en el que queremos vivir.
Una escucha genuina
En su libro Los girasoles ciegos, Alberto Méndez describe la lógica del tribunal militar que al final de la guerra civil española se ocupó de los vencidos. Los juzgados van a escuchar una sentencia dictada desde antes y que no tiene nada que ver con el juicio; aquel tribunal es un simulacro cruel. Por desgracia, muchas de las conversaciones que hoy surgen como consecuencia de lo que pasa en el país siguen esta misma lógica. Por la vía de la generalización, se construye una explicación simple -y por supuesto incompleta- de una realidad compleja que se presenta como evidente e indiscutible. Conversar en ese caso es inútil, porque la certeza supone la ausencia del miedo a no saber, a estar equivocado, que es la única vía por la cual se puede dialogar.
La estructura construida para darnos la información que nos interesa, o más bien la que queremos oír, refuerza este aislamiento. Los otros se nos aparecen como malvados, estúpidos, irracionales o, en cualquier caso, como seres que no merecen ser oídos. La tentación de etiquetar nos impide detenernos a considerar la perspectiva del otro. Encerrados en una burbuja en la que solo oímos el eco de las voces de los que piensan como nosotros, terminamos ante los demás en una actitud idéntica a la del juez del tribunal militar español. Escuchamos solo con el fin de poder gritar satisfechos ¡han oído, a eso me refería, es culpable!
Mediar para cuestionar certezas
Hay mediadores que valientemente han asumido el reto de no mantenerse al margen, así como también hay instituciones y personas que han preferido callar, como si lo que ocurre no tuviera nada que ver con ellas. Personalmente, creo que todos aquellos que han abierto un espacio para conversar, compartir puntos de vista, revisar información y, sobre todo, conocer las diferentes experiencias de los ciudadanos para cuestionar certezas aportan a construir un país mejor. La mediación como apertura al otro, como posibilidad de encontrarnos en torno a nuestra propia y frágil condición de seres humanos, se revela aquí como absolutamente necesaria.
Necesitamos hablar, mirar más allá de la imagen que tradicionalmente se ofrece de los acontecimientos, centrarnos en lo que significa para esta sociedad que millones de voces clamen por ser oídas, que su preocupación por el futuro se atienda. Del mismo modo, vale la pena conversar acerca de si el pasado que hemos sacralizado y que conmemoramos en los espacios públicos es consistente con el momento presente. ¿Qué ponen sobre la mesa los recientes ataques a monumentos, podemos intentar comprender?
La vía para resolver los agudos problemas que vivimos pasa por crear espacios reales de conversación, no simulacros de ella. De otra manera, la escalada de violencia seguirá imparable -ahora con rifles de asalto en las calles- resucitando macabras imágenes de la América latina de las dictaduras.
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