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Contra la moraleja

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Le ha cobrado afición y se siente realmente incapaz de servirse de su propia razón, porque nunca se le permitió intentar la aventura”

Emmanuel Kant

¿Qué función le atribuimos a los textos y a la lectura?, seguimos viéndolos como herramientas de instrucción moral, o podemos hacer de ellos algo más, convertirlos en un espacio de exploración, de afirmación de la autonomía, de tanteo sobre la complejidad de la condición humana, en experiencia personal auténtica.

La lectura moralizante

Las historias de buena parte de mi infancia estaban hechas para enseñarme algo. La historia era apenas una excusa para educarme, para inculcarme alguna lección, para demostrarme la conveniencia de obedecer ciertas reglas, la literatura era sobre todo un instrumento de formación moral. Años después, como parte de mi educación pedagógica, aprendí la estructura de la clase de lenguaje, que incluía siempre una lectura de la que habían de extraerse, los términos desconocidos y luego, como no, la inefable moraleja.

Es probable al leer esto, recuerde experiencias similares. En este proceso, todos aprendimos sobre la mente de nuestros maestros y el tipo de cosas que querrían oír. Los buenos estudiantes respondían con unción justo lo que esperaban sus docentes, y estos últimos escuchaban llenos de gozo. Para quien tomaba la lección, comprender el texto equivalía a ser capaz de resumir la historia y presentar la conclusión, indicar lo que el texto nos había enseñado. Se trataba entonces, y todavía hoy, de una trampa autoritaria.

Porque cuando tomamos una historia y la compartimos con alguien con el fin de guiarlo a concluir algo, no lo invitamos a pensar por sí mismo, por el contrario, lo habituamos a la condición de minoridad, en el sentido kantiano (Kant, 2017).  Así, en lugar de incitar a las personas a examinar diferentes aspectos de la realidad, definimos un lector modelo cuya mayor virtud es asentir, abrazar con devoción la autoridad de la interpretación, y sobre todo hacer caso.

Hacia la experiencia lectora

Salir de la lógica moralizante no es tan simple, muchas veces usamos los textos, incluso sin notarlo, como meros medios para lograr algo. En esos casos, la lectura se emplea como una herramienta para inducir una cierta actitud en el auditorio, para guiarlos hacia un objetivo que estaba definido desde antes de empezar a leer. No deberíamos perder de vista que la experiencia literaria es, sobre todo, el circuito vivo establecido entre el lector y el texto (Rosenblatt, 2002). En ese circuito, la conversación no debería orientarse a la certeza del objetivo, sino permitirse la sorpresa de la deriva que supone toda exploración.

Lo anterior no solo es cierto cuando hablamos de literatura, al conversar de temas tan diversos como la migración, la guerra, el desplazamiento o la economía, una verdadera mediación no consiste en elegir lo que las personas deberían leer para pensar de manera correcta, ese paternal y misericordioso dar de leer al que no lo hace; por el contrario al mediar es necesario compartir textos capaces de mostrar la complejidad de la realidad, y estar dispuestos no solo a cuestionar al público con el que leemos, sino sobre todo a cuestionarnos a nosotros mismos en el proceso.

Una verdadera actividad de mediación es en últimas una renuncia a la certeza, en una época en la que abunda, y el compromiso con la exploración, la deriva, la interrogación.  

Referencias

Kant, E. (2017). Filosofía de la historia (1st ed.). FCE.

Rosenblatt, L. M. (2002). La literatura como exploración. FCE.

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