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Recordar y ser

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«Cuando se interrumpe la memoria, nuestras facultades mentales esenciales sufren. La memoria es el pegamento que mantiene unida nuestra vida mental. Sin su fuerza unificadora, nuestra conciencia se rompería en tantos fragmentos como segundos hay en el día»

― Eric R. Kandel

Jorge se levanta a las 6:00 a.m., va al baño, se lava la cara y se cepilla los dientes mientras recuerda el extraño sueño que tuvo la noche anterior. Realiza todas estas actividades simples de forma automática, no tiene la necesidad de preguntarse ¿Cómo debo mover mis manos para cepillarme? o ¿Cómo debo mover mis piernas para caminar de la habitación al baño? su cerebro hace muchos años guardó esta información; la ha aprendido y la pone a su disposición siempre que la requiere. 

Actividades como caminar, lavarse los dientes, montar en bicicleta o manejar, son posibles gracias a nuestra memoria, para ser exactos, a una clase de memoria conocida como memoria procedimental. Ella nos permite actuar en automático y ser personas funcionales porque ¿cómo sería nuestra vida si tuviéramos que aprender constantemente como caminar? 

La memoria procedimental le permitió a Jorge recordar el sueño de la noche anterior mientras se cepillaba los dientes, pudo disfrutar de otra de las maravillas de la memoria; dar un vistazo al pasado. Y si bien, tener acceso a los sueños quizás no es trascendental, información como nuestro nombre, edad, lugar de nacimiento, el nombre de nuestros padres, amigos o pareja, o saber que este año es 2021 y que el coronavirus existe, son datos que le dan sentido a nuestra existencia y que nos ubican en un contexto específico. En últimas, hacen posible saber quiénes somos.

En conjunto, esta información constituye nuestra memoria autobiográfica; algo así como nuestro diario personal cargado con los eventos más importantes de nuestras vidas y con los matices afectivos que los acompañan. Nuestra capacidad de dar razón de nuestra biografía aparece temprano en la infancia y es un proceso fundamental para la construcción de nuestra identidad.

Por esta razón, Eric R. Kandel en su obra La mente desordenada: lo que los cerebros inusuales nos dicen sobre nosotros mismos señala que la memoria es parte integral de todas las funciones mentales. Nuestro cerebro crea, almacena y revisa recuerdos, usándolos constantemente para darle sentido al mundo. En últimas, dependemos de la memoria para pensar, aprender, tomar decisiones e interactuar con otras personas.

Cuando la memoria falla, nuestro mundo se desorganiza. Volvamos a Jorge, un día cualquiera en el despacho de abogados en el que trabaja ocurre un incendio, nada grave, se logra extinguir el fuego antes de que alguien resulte herido  y los daños materiales son mínimos. No obstante, Jorge se llevó un buen susto; su mente quedó en blanco. Más tarde, cuando intenta relatar los hechos, no puede recordar mucho: «yo estaba allí y de repente escuché la alarma, me quedé paralizado, creo que alguien me ayudó a salir… recuerdo que el humo me molestaba los ojos y luego… luego simplemente estábamos todos afuera, a salvo» Jorge no deja de preguntarse por qué no puede recordar, a decir verdad está bastante inquieto ¿pasa algo malo con su memoria?

En realidad no, nuestra memoria es susceptible al estrés, si estamos estresados durante una situación, es posible que tengamos más dificultades para recordar con precisión los detalles del evento más adelante, ya que el estrés que sentimos influye en nuestras percepciones y en nuestra capacidad para recordar lo que percibimos en ese momento. Así que, Jorge no tiene nada de qué preocuparse. 

Pero pensemos en otras circunstancias en las que los fallos de la memoria no son normales. Quizás una de las enfermedades que más nos causan preocupación son las demencias, en particular el Alzheimer. Contrario a lo que vemos en televisión, lo primero que suele afectarse en las demencias es la capacidad para crear memorias nuevas; la información biográfica se conserva, mientras que saber qué día es hoy parece imposible. Este tipo de pérdida de memoria afecta nuestra capacidad para vivir de forma autónoma, amenaza nuestro bienestar y calidad de vida. 

¿Cómo podemos prevenir que nuestra memoria falle? Algo fundamental es el manejo del estrés; si bien en situaciones puntuales, no se producen daños, cuando tenemos estilos de vida inadecuados, en los que experimentamos de forma crónica estrés, los circuitos neuronales de los que depende la memoria sufren daños irreparables. También, es altamente recomendable mantener nuestro cerebro activo; aprender algo nuevo cada que podamos, puede ser algo que nos guste como un instrumento, un idioma o un deporte. Por último, se ha demostrado que la carencia de interacción lleva a un desmejoramiento de las funciones mentales, por esta razón es vital que mantengamos activa nuestra red de apoyo social. 

Referencias

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