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¿Conocimiento o infoxicación?

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse.”
Ray Bradbury

Hace poco, para informarme mejor, busqué el sitio de Google y tecleé “tratamientos efectivos para COVID 19”; medio segundo después tenía 423 millones de fuentes que ofrecían información, y la misma búsqueda en inglés arrojó más de mil millones. Hubo una época en la que encontrar información era difícil, incluso peligroso; ahora el problema es cómo procesarla para evitar la infoxicación, es decir la saturación informativa. El conocimiento no surge de modo automático, por acumulación de datos, sino que nos exige un proceso activo de reflexión para el que debemos prepararnos.

¿De verdad me importa eso?

Uno de los principales retos en medio de la balumba de información a la que estamos expuestos es poder definir qué es relevante y qué no. En muchas ocasiones, los escándalos que hacen estallar las redes sociales y los medios en general, se refieren a cosas diseñadas para impulsar dos poderosas emociones que gobiernan las redes: la indignación o la burla. Y, mientras las personas dedicamos nuestra atención a compartir la ira o viralizar memes, perdemos de vista aquellos aspectos que deberían tener relevancia en el espacio público de discusión.

Al final, mientras se producen más y más noticias, entrevistas, publicaciones, publirreportajes, etc., que nos distraen, dejamos de atender a la visión de conjunto que necesitamos para comprender. Además, mientras inútilmente queremos saberlo todo, dedicar nuestro esfuerzo cognitivo a toneladas de información superflua que nos dejan exhaustos y con la sensación de que quienes no piensan como nosotros están locos o son estúpidos.

Tierra fértil para el disparate

Súmese a esto la efectividad con que se propagan las ideas más disparatadas. En un contexto en el que cualquiera puede poner en circulación sus puntos de vista, con mucha frecuencia nos encontramos ante afirmaciones que, en el mejor de los casos, resultan risibles, y en el peor, peligrosas. Baste recordar las recomendaciones del expresidente Trump sobre la utilidad del cloro para eliminar el coronavirus, que produjo centenares de intoxicaciones en EE. UU. La tendencia a dar credibilidad a las informaciones que proceden de fuentes o personajes en los que confiamos puede resultar siendo una pésima estrategia a la hora de informarnos.

Esto último es visible, sobre todo, en las redes sociales, donde somos presas fáciles del efecto de arrastre, que nos hace creer cosas porque nuestros amigos lo hacen. Estos entornos afectan la manera como percibimos la realidad, pues el algoritmo que ofrece la información está programado para mostrarnos solo aquello con lo que estamos de acuerdo, o lo que deseamos ver, a partir de la información recolectada previamente sobre nosotros. A esto se le conoce como una burbuja de filtro y produce que sigamos tendencias de extremismo creciente con la sensación de que la mayoría de las personas a nuestro alrededor piensan del mismo modo.

Necesitamos una estrategia

Evaluar información nos exige, definir estrategias y evitar esa gran cantidad de distractores que impiden reflexionar con cuidado frente a la realidad. Algunas recomendaciones que pueden ser de utilidad son las siguientes:

  1. Evitar al máximo seguir las líneas que se orientan a explotar nuestras emociones. La ira y la indignación son excelentes para obtener «likes», pero aportan poco a la hora de comprender.
  2. Revisar la fuente de donde procede una publicación. Quién escribe, qué conflictos de interés tiene el autor o el medio, son aspectos importantes que deberían revelar los productores de contenidos.
  3. Buscar información también de las fuentes que opinan diferente a nosotros permite romper la burbuja de filtro. Al conocer el punto de vista contrario podemos establecer un diálogo constructivo y empático. Los algoritmos de las redes sociales no deberían ser nuestro proveedor exclusivo de contenido.
  4. Examinar si lo que leemos corresponde a una información o a una opinión; esto evita que tomemos como probado aquello que no es más que la idea de quien habla.
  5. Verificar aquello que consumimos, en particular lo que compartimos con otros; de ese modo, evitamos convertirnos en un vector de desinformación.
  6. Identificar portales informativos de calidad, con niveles mayores de independencia, así como medios extranjeros que permitan contrastar puntos de vista.
  7. Evitar los titulares provocativos, o aquellos del tipo “mira esto antes de que lo eliminen de YouTube”, generalmente se trata de anzuelos o de contenidos de calidad dudosa que explotan la curiosidad del lector frente a lo extraño.

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